El "Piano de Brooklin", Richie Ray, o mejor dicho Richard Maldonado, es presencia, conversación, explosión de movimientos, lenguaje no verbal, verborrea. Mientras habla se percibe que la mente vuela a esos lugares y momentos idos en los que, hace 50 años, empezó a forjarse un nombre y un estilo en esto de la música latina, entre acordes de piano, arreglos en partituras y su aprendizaje clásico que lo llevó a practicar hasta 8 horas diarias frente a las blancas y las negras.
Por su lado, Bobby Cruz, o como lo bautizaron en Puerto Rico, Robert Cruz, es más bien callado, parsimonioso, poco gestual, de hablar lento y preciso, muy escueto pero con chispeante sentido del humor. No tiene reparos en decir que fue un hombre cruel, malvado, armado hasta los dientes y dispuesto a poner incluso su vida en riesgo por su mal carácter, pero que se siente renacida, reconstruido a partir de su conversión al cristianismo evangélico.
Como nunca antes en el Perú, esta visita de los maestros Richie Ray & Bobby Cruz, en su gira de 50 aniversario para un concierto, ha sido puesta de relieve con un estatus cultural no visto en otros grandes exponentes de la música latina, y eso que hemos tenido en suelo limeño a la Fania All Stars en pleno no hace mucho y hasta en dos oportunidades. Y es que los organizadores de esta venida encontraron el espacio para darle a la Salsa el nivel que se merece, más que como un movimiento musical que mueve masas, como un producto de la interculturalidad, una rica mezcla de diversidades que ha sabido gestarse y convertirse en un movimiento de talla mundial, algo que como peruanos, amalgamados que somos, entremezclados que somos, buscamos insesantemente y casi sin rumbo desde que nacimos a la vida republicana independiente en 1821.
Precisamente, esa interculturalidad llevó a un muchacho puertorriqueño, vicioso, maljuntado y rebelde, a unirse a un jovencito niuyorquino mucho más sosegado, académico y dedicado, para hacer música latina en un espacio nuevo en la lejana década del sesenta, que aunque abría puertas también podía tragarse personas sin que nadie se diera cuenta. La ambición de juventud de querer ser siempre diferentes y de intuir que podían lograrlo los juntó y los ha mantenido unidos a pesar de batallas de todo tipo y calibre, con triunfos y caídas, con la sabiduría de la complementariedad de personalidades y con la música entre las venas.
La noche del jueves, en el Conversatorio en el Museo de la Nación las historias estuvieron a flor de piel los recuerdos y hasta el piano de Richie, infaltable y desprendido, casi como el tercer miembro de esa unión maravillosa que nos ha brindado 50 años de música extraordinaria, de un estilo inconfundible y de una ejecución musical y un canto inigualables. Ha sido, un banquete para los melómanos, un deleite para los salseros, un momento de intimidad sin precedentes entre los músicos idolatrados y su público. E incluso, fue momento para que ambos, conspicuos cristianos evangélicos, confesos sanados y sanadores de almas, predicaran su mensaje.
"La trilogía de nuestra música está hecha para calmar a la bestia salvaje", señala el maestro Richie. Y agrega Bobby que el preferiría nunca más en su vida tener que oir ni el Jala Jala ni Agúzate ni el Sonido Bestial, pero comprende que son "los himnos de la gente", los hacen todos los millones veces que hagan falta porque es la forma de agradecer su preferencia y haberlos llevado a donde están, pero por sobre todo es la forma de predicar con la ejecución musical que siempre alaban a Jesucristo, aun en circunstancias mundanas, como ellos mismos afirman.
Hubo anécdotas sobre las canciones y los álbumes que hicieron al inicio de su carrera, los quiebres necesarios que tuvieron que enfrentar en el difícil medio que fue y continúa siendo la industria musical, contraparte empresarial del arte de la música, absurdamente cruel pero necesaria si se entiende que incluso las manifestaciones del alma necesitan de una forma de difusión entre los consumidores. Desfilaron las notas al piano de El mulato de 1965, Agúzate de 1969, Richie's Jala Jala de 1967, el disco Reconstrucción de 1970, el primero después de la conversión de ambos (primero Richie y luego Bobby) al cristianismo evangélico.
Sobre la mencionada conversión se ha dicho tanto en todos los tonos. En la entrevista con Carlos Cornejo ("2 a la N") del día previo al concierto, Bobby da cuenta de lo que significó para él encontrarse con su yo interior, clamándole por respuestas, aunque antes más bien pugnó por las preguntas correctas. Y fue así como se "encerró por 6 meses a leer la Bilbia de comienzo a fin" para entender de qué se trataba esa magia extraña que había transformado a su amigo Richie meses atrás. Hoy, como señala el propio Cruz, cuenta con 3 doctorados en Teología y estudios bíblicos, además de haber sido Pastor en las iglesias fundadas por él mismo y que ahora, en la madurez calma, ha cedido a su hijo, Bobby Jr., para que las "pastoree".
En el concierto del sábado la respuesta del público fue afectuosa antes que masiva. Es una pena, de cierto modo, comprobar que a la gente "salsera" del Perú le gusta más el efectismo de la moda que la buena música, pero esa historia ya es harto conocida. Igual es chocante comprobarlo en directo. El Centro de Convenciones Scencia de La Molina se llenó aunque no abarrotó, pero se llenó de emoción, de vibra latina, de gente que vibrada conmovida por ver a sus ídolos en tarima, presentes, cantando, tocando, regalando afecto, haciendo música, aquello que tan bien han hecho por 50 años, desde el célebre El Mulato hasta Lo ataja la noche, tema de su más reciente producción (Salsa sin Límites, 2014).
Como era de esperarse, el concierto abrió con Agúzate, la canción cuya historia se remonta a la época en que Bobby andaba por la vida armado y con licencia para desmedirse. Y una voz le dijo "agáchate", y por esa voz y su obediencia casi automática el disparo que le hicieron pasó de largo por encima. Lo demás es conocido, miles de veces cantado, el clásico Agúzate sigue siendo parte obligada de su repertorio, es como pagar una deuda con esa gente que los ha encumbrado. Y hoy que son hombres religiosos, dedican su vida a hacer música y predicar con el ejemplo y la vida misma.
Antes de terminar el concierto con Sonido Bestial, el otro célebre clásico de Los Durísimos, el esperado momento de la prédica y la oración. Bobby hace lo primero, escueto y directo, señala que el propósito de sus vidas es ahora que la gente los siga por algo más que la música, que sea porque todos saben que ellos siguen a Cristo y que hay un rumbo en sus vidas, por lo tanto no hay oportunidad de perderse ni equivocarse. "Si eres mala persona, estás calificado para que Dios te hable y te sane", señaló en el Conversatorio.
Richie se levanta del piano para la oración final a mano levantada, dando fe de su entrega, absoluta, real, vívida. Y agradece y pide por el pueblo de Lima y el Perú que tanto amor les ha regalado en estos días de visita. Y prometen que si el disco Salsa sin Límites llega a pegar en las radios, el próximo año volverán con más de lo suyo, más trompetas, más bombo, más congas, más voz de Bobby y más piano de Richie, el Piano de Brooklin. Y los tendremos nuevamente entre nosotros, volviendo a ser lo que las vida les ha asignado como rol, músicos, pastores, maestros.