Segunda parte
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Al llegar los cincuenta, el bolero ya está maduro, ya ofrece letras contundentes y su influencia en el estado de ánimo de los individuos es clara, incluso la presencia del bolero en las cintas cinematográficas de la época es determinante, no sólo por incluir fondos o participaciones musicales con los grupos o cantantes de moda sino porque el bolero era parte de la vida cotidiana y era natural a la escena humana, de ahí que encontrar a la Sonora Matancera en su momento de mayor apogeo en plenos cincuenta o ver a Pedro Infante cantando boleros en sus películas era más que necesario, era natural. En este momento corre en paralelo la explosión del bolero ranchero, iniciado implícitamente por Infante y desarrollado suficientemente por Javier Solís a través de sus numerosas grabaciones.
Para la llegada de los años sesenta, período de cuestionamientos y rebeldías de los que tuvieron por aquellos años su adolescencia, el bolero empieza a desgastarse, a ser dejado de lado ante la arremetida de la balada romántica, que no es otra cosa que un bolero en lenguaje juvenil, en palabras sencillas, sin la envoltura de vejez que lo adornaba. Sin embargo, desde la isla un nuevo respiro al bolero lo saca de su letargo y a partir de letras contundentes y giros armónicos, el filin logra imponerse como una nueva corriente, liderada principalmente por César Portillo De la Luz y José Antonio Méndez.
Por esos mismos años es la Salsa el género que irrumpe liderando las preferencias del público, y es gracias a los artistas de ese nuevo género que se mantiene en vigencia el bolero, aunque ya de manera aislada, como reconocimiento al aporte del bolero como parte de la latinidad que es considerada como ingrediente fundamental de la Salsa, esa amalgama de géneros que alcanzaron cierta notoriedad en la New York de mediados de los sesenta gracias a la presencia de latinos radicados o de segunda generación que no se despegan de sus raíces ni de su música.
En paralelo con ambos entornos, el del filin en contraparte de la balada y el de los salseros que cantan salsa, aparecen los grandes maestros del mambo niuyorquino que se resisten a la decadencia de las viejas jornadas de baile en los locales más emblemáticos de la Gran Manzana. Es el caso de Tito Rodríguez, Machito y Tito Puente.
A la vez, en distintas escenarios, el bolero se imponía para cantantes que tradicionalmente habían interpretado otros géneros, lo que se vuelve en toda una moda de obligatorio cumplimiento.
Los setenta es un año de mutaciones melódicas y rítmicas, el bolero se deja avasallar por la balada, en lírica, y los arreglos musicales adoptan las manías de los géneros de moda, como el disco o el soul. Por su parte se mantienen en lo suyo los cantantes de Salsa, género que no sólo se ha consolidado en el gusto popular sino que además ya ha adquirido una personalidad propia y un sonido característico, siendo representativas las orquestas de Ray Barretto, Eddie Palmieri y Willie Colón, en cuanto al sello FANIA, discográfica posicionada preferentemente como ya es sabido.
Al llegar los ochenta, el bolero es dejado absolutamente de lado, consolidándose la balada como género romántico por excelencia. Los salseros, último bastión de su difusión, es transformada en un apologético del sexo fácil antes que del romanticismo. Los compositores y arreglistas no encontraron nada mejor que hacer que convertir las baladas de moda en salsas comerciales, las mismas que las radios de mayor sintonía no dudaron en imponer hasta el hartazgo y el vértigo. En Lima aparecen los primeros programas denominados "especializados" en los géneros latinos, los mismos que dedican importantes segmentos al bolero, no solo al de los salseros sino al clásico o tradicional también. A este respecto, es menester mencionar que algunos coleccionistas y difusores como Roy Rivas Plata del programa Salsa Picante disienten de la nomenclatura de especializado, señalando que solamente se trata de brindar información básica sobre la música dejada de lado por las radios comerciales o de señal abierta. Hoy, la Internet suple en gran medida ese enorme forado.
Las últimas dos décadas han estado dedicadas a hacer resurgir al bolero, desde el impulso de los que siempre lo cantaron y se mantuvieron valientes en la lucha hasta el de cantantes nuevos que buscaban arriesgarse a conquistar un nuevo segmento de público o educar al suyo propio sobre este género dejado de lado. Esto motivó que a finales de los noventa muchos artistas consagrados en otros escenarios que no hicieron antes boleros pero que querían seguir la línea recuperada del romanticismo que los boleros en realidad nunca dejaron de emprender. Lo viejo se puso de moda.
En este nuevo siglo ya no es extraño que todo cantante que se precie de haber tentado todos los géneros con éxito no tenga cuando menos una producción de boleros en su haber. Las disqueras internacionales apuestan por arreglos y arreglistas que puedan adentrarse en el ámbito del bolero para los discos de sus catálogos. Siendo así, no es sino natural ver cantantes jóvenes que se consagran interpretando viejos clásicos del swing o del bolero, acompañados de imponentes big bands. Y eso nos complace.
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