La figura emblemática de Héctor Lavoe vuelve a estar en la mesa de tertulia en el día en que se recuerda su nacimiento (30 de setiembre), aunque lo que suele tenerse presente mayoritariamente es el aniversario de su muerte, paso inexorable a la condición de leyenda, mito permanente e ídolo de multitudes.
Aunque muchos estudiosos y músicos vigentes han cuestionado siempre el hecho de que Lavoe fuera un cantante sin recursos ni creatividad, de voz lineal y de "una sola nota", nadie puede negar, ni siquiera ellos, que lo que quizás le faltaba de técnica le sobraba de carisma natural y cercanía al pueblo mismo, y hablamos del más sentido bastión de su popularidad, aquel sector identificado en más de una manera con la carrera y trayectoria del cantante que "respiraba debajo del agua".
Y Lima lo tuvo en privilegio una noche de lluvia de 1986, en pleno invierno, como solía ser la temporada de la Feria del Hogar. Un concierto para la historia que se grabó en el colectivo de los fanáticos y que sirve de excusa para rendirle más homenajes y dedicarle parques y calles al antihéroe más reconocido en la subcultura de lo marginal e incluso en el lumpen.
Es que Lavoe supo batir todas las barreras de imposición de lo oficial y destinarse a sí mismo un espacio propio y único entre los que hacían música y él, lejos de cualquier pose mercantilista, cantó lo que le dio la gana y del modo que se le antojó. Y entre tragos, drogas y malcriadeces de niño rebelde, Héctor Lavoe abría la boca y "salía gasolina".
Considerado uno de los mejores soneros, lo que ha asegurado su arraigo es, como ya se dijo, el carisma natural, su don de gente, ese sentido común para la vida y la enseñanza de la calle. Se dice que dentro y fuera del escenario Lavoe era siempre el mismo, irreverente y explosivo, pero siempre él, con la garganta sedienta de todo, y con la sonrisa torcida, sabrá Dios por qué razón.
Como se ha señalado, Héctor empezaba a cantar en momentos en que el movimiento a favor de los derechos civiles abría nuevas puertas para una comunidad puertorriqueña que hasta entonces no tenía posibilidades de vivir fuera del ghetto latino. De hecho, las masas inmigrantes ocupaban ya un lugar de excepción para los norteamericanos, quienes sentían invadido su espacio por algo más que latinos amigables que se habían forjado un espacio en el vecindario con sus costumbres y su música.
De hecho, es fácil advertir que el escenario musical de comienzos de los sesentas era uno de repetición o de amoldamiento, refiriéndonos a las largas listas de éxitos dejados por los músicos tradicionales de Centroamérica y el Caribe a fines de los cincuentas, corriente que fue percibida y aprovechada por músicos de la talla de Joe Cuba, Ray Barretto o Johnny Pacheco.
"No había una clase media puertorriqueña en New York", señala el periodista niuyorican Ed Morales, autor de The Latin Beat. "En ese momento empezaba a forjarse la identidad nuyorican" y Héctor Pérez no estaba involucrado en esa lucha directamente pero, según Morales, el binomio de Héctor y Willie Colón ejemplifica esa dualidad clásica del nuyorican. "Héctor casi no hablaba inglés, Willie casi no hablaba español; uno le enseñaba al otro cada idioma".
Para el cuatrista Yomo Toro, tener a New York como escenario fue fundamental para todos los que integraban el fenómeno de la Fania -sello discográfico que catapultó la salsa neoyorquina a nivel internacional y que agrupó a las legendarias Estrellas de Fania, integradas por músicos de las distintas orquestas del sello comandado por el empresario Jerry Masucci y el músico Johnny Pacheco.
El encuentro de Pacheco con Lavoe es harto conocido. "Yo tocaba en un club, el Habana San Juan en la 137 y Broadway, en Manhattan", cuenta Pacheco. "Él se sentaba en la esquina del escenario y me pedía que lo dejara cantar, esto era como en el '67, por ahí. Yo le decía: ‘A lo mejor mañana’, y así lo tuve como dos semanas. Entonces un día le pregunté: ‘¿Tú te sabes la canción ‘La mujer del peso’?’. Me dijo que la tocara, que él la cantaba. Empezó a cantar y se quedó con el canto". A Pacheco le impresionó de inmediato el talento de Héctor para la improvisación. "Él soneaba sobre lo que estaba pasando en el lugar donde estábamos... La gente se volvía loca con él, creo que de toda la Fania era el que más el pueblo quería", dice el autor de ‘Mi gente’ y ‘El rey de la puntualidad’.
Y lejos de lo que señalen los estudiosos, al igual que sucede con leyendas como Daniel Santos, Lavoe jamás imitó a nadie, algo que era privilegio de su estilo y su marca personal, como bien señalaba el compositor y hacedor de estrellas Tite Curet.
"Los fines de semana nos poníamos de acuerdo", dice Ismael Miranda, también de las estrellas de Fania. "Si tocábamos en Manhattan, él se quedaba en mi casa, y si era en El Bronx, yo me quedaba en la casa de él, que en esa época vivía en El Bronx. O si no, nos quedábamos en la casa de unas amigas en Saint Anns (una calle del Bronx)".
Como estas, hay muchas más, y son tantas las historias de la gesta de una época y de un género, pero más allá de ello, de una forma de ser y de una nueva cultura, que representaba la sencillez del barrio y la esquina, de esas que las hay por toda nuestra costa zamba..... Sonero!
A pesar de los años y las nuevas tendencias en estilos musicales, la aparición de los denominados nuevos "cantantes" en el escenario musical latino no ha mermado ni un ápice la figura insigne de quien fuera el símbolo del espíritu barrial de una New York candente en la década del sesenta, contexto en el que empieza a forjar la Salsa como fenómeno.
Una pasada encuesta llevada a cabo a través del Blog Expresión Latina, dedicada a señalar a los soneros más bravos de la escena latina peruana arroja nuevamente a Lavoe, el ‘Cantante de los Cantantes’, como el líder indiscutible de los escenarios tras 21 años de su desaparición, momento preciso para una nueva revisión de su aporte en la música que tanto nos gusta.
Y es entre canciones y algunos tragos sentidos, el alma rota y la conciencia apagada, que recordar a Lavoe es casi algo natural, así como él lo era, sin poses ni disfuerzos, solo él, como el niño mimado de la Fania que era para Cheo, o el cantante que se hizo solo que fue para Masucci y Pacheco. Un poeta de la calle, decían otros, sentimiento hecho canción, o la voz de un nuevo tiempo, uno en el que los hombres se labran solos un destino, sin importar las condiciones adversas ni los maltratos de la vida. Y eso se advierte en algunos de los más controvertidos personajes, nadie sabe explicarse cómo ni por qué pero así como solos se construyen solos se terminan, autoexplicando la ya difícil definición de sus propias existencias.
Que en paz descanses, Cantante!
Miraflores, 30 de setiembre de 2014.
Publicado en el número de setiembre de la Revista Okónkolo
Miraflores, 30 de setiembre de 2014.
Publicado en el número de setiembre de la Revista Okónkolo
No hay comentarios:
Publicar un comentario