Hablar de Carlos Valdés (La Habana, 1926 – Cleveland, 2007), el diminuto pero genial conguero cubano es gratificante para cualquier investigador o coleccionista, su arte inmenso fue paseado por distintos escenarios y sigue siendo hoy, a 7 años de su desaparición, motivo de estudio por su aporte generoso a la música latina.
Así también de mágico fue el camino recorrido por este muy talentoso músico, carismático, preciso en su ejecución, alborotador nato, pero disciplinado y virtuoso, dueño de una profusa musicalidad, arrebataba melodía a los cueros como nadie antes que él y seguramente pocos después, y esos pocos no podrán sustraerse a su genio y figura.
Desde los años de su natal Cuba, al lado de las más importantes agrupaciones, como el Conjunto Kubavana (1944), al lado de otro grande como fue Armando Peraza, la ‘Decana’ Sonora Matancera (1947) y el Conjunto Casino (1949), su peso interpretativo se hacía sentir en cada participación. De esta época quedan algunas grabaciones estupendas que dan cuenta de la sabrosura que destilaba Patato con tan poca edad.
En 1954 llega a New York. Se sabe que realizó numerosos trabajos en distintos locales y escenarios, tratando de hacerse de un nombre fuerte. Con apoyo de Mongo Santamaría logra instalarse (aparte de haberlo ayudado a llegar a los Estados Unidos, inicialmente Mongo lo hospedó en su casa) contactar a Tito Puente, quien rápidamente lo integra a su equipo.
Definitivamente un disco que encierra el embelesamiento de aquellos años por la percusión latina es “Cuban Carnival”, grabado por Tito Puente para la RCA Víctor en Los Angeles, California en 1955, una especie de aquelarre de la percusión con la participación de 5 congueros en la delantera, Mongo Santamaría, Willie Bobo, Candido Camero, Carlos Valdés y Johnny ‘La Vaca’ Rodríguez, y en la voz nada menos que Francisco Raúl Grillo, Machito.
El talento de Patato no pasaba desapercibido, felizmente, y podemos escuchar hoy su toque de congas aportando en grabaciones como la del disco con Art Blakey de 1957 “Orgy in Rhythm”, para el sello Blue Note, el cual se terminó de grabar aquel mágico 7 de marzo en los estudios ubicados en Manhattan Tower, New York.
Al año siguiente es reclutado por el maestro Mario Bauzá para ser parte de los Afrocubans de Machito, con quienes llega a participar en la grabación del antológico álbum “Kenya” de 1958, así como también en el disco “With Flute to Boot” del mismo año, ambos dentro de la mejor onda de jazz afrocubano, con la fuerza de los rugientes cincuentas.
Pero donde encontró permanencia, al menos por los próximos nueve años, fue con el flautista Herbie Mann. De esta época destacan los discos “Flautista”, “African Suite”, “Flute, Brass, Vibes and Percussion”, entre otros, para el sello Verve.
Con Mann logró alternar algunas giras importantes en Europa y África, al final de las cuales nació el indiscutiblemente desconcertante disco “Tambó” de Tito Puente (1960), en el que la sonoridad de las congas de Patato alcanza dimensiones más que poderosas, titánicas, épicas. Sobresalen en este disco dos temas de repercusiones inmortales, “Guaguancó” y “Son Montuno”, este último fue materias de innumerables versiones del propio maestro Puente hasta los años más recientes, al estilo culto de los ‘temas y variaciones”.
El inquieto Patato seguía buscando nuevos caminos, explorando sonidos y adquirir mayores experiencias para seguir alimentando su propia forma de sentir los tambores. Sus constantes cambios entre lo latino y el jazz enriquecían esa motivación y lo fortalecían como músico respetado en el mundo musical de ese entonces. Los sesentas le significaron discos con otros músicos de jazz, como Art Taylor y Max Roach, pero también la oportunidad de reencontrarse y hacer dupla con un viejo amigo de la infancia, Eugenio Arango, Totico, y en una experiencia de solista, Valdés lanza “Patato & Totico”, tremenda producción que integra como figuras estelares al bajista Israel López ‘Cachao’ y al tresista Arsenio Rodríguez ‘El Ciego Maravilloso’.
En 1968 se une al pianista nacido en Atlanta, Duke Pearson, para grabar el célebre álbum “The Phantom”, para el sello Blue Note, catalogado como un hito en la apuesta musical del post bop por su expansión hacia la percusión latina, en la que un músico como Patato encajaba perfectamente, por la complejidad de las armonías y la elevada complejidad de los arreglos.
Es para esta época que Valdés rompe paradigmas consolidando su idea de introducir una tercera conga en el escenario, logrando su sonido peculiar y el sello que lo caracterizaría por siempre. Pero más allá de eso, su invento de la conga afinable alcanzó tal notoriedad que para 1970 tuvo la oportunidad de ser imagen y modelo para las congas que presentaría el empresario Martin Cohen con la marca Latin Percussion. Las congas “Patato Model” eran no solo afinables sino más resistentes.
Los vanguardistas años setenta trajeron la salsa y Patato no fue ajeno a la movida, nutrido ya para ese entonces de un arsenal de mañas musicales por su vasto aprendizaje y consolidado como maestro de la percusión. Participó en los discos de Ismael Rivera “Lo último en la avenida” (1971) al lado de ‘Kako’ Bastar y “Esto fue lo que trajo el barco” (1972) con Los Cachimbos. Este último es uno de los discos más escuchados del ‘Sonero Mayor’, contiene los éxitos El Incomprendido y Gata Montesa, en los que el toque de Patato puede advertirse con la sutileza que solo la experiencia puede dar
Hacia 1977 encontramos a Patato ejecutando los sagrados tambores batá, expresión litúrgica de la religiosidad lucumí, en el disco “Descarga 77” del maestro Israel López ‘Cachao’. Y por los últimos años de la década del 70 se integra a la gira de Martin Cohen “Latin Percussion Jazz Ensemble”, que recorre el mundo con recitales, clínicas y talleres. Precisamente, de esa experiencia surge el “Tito Puente Latin Jazz Ensemble”.
No es posible continuar sin la pausa necesaria para tomar aliento. Esta conformación, genialidad del ‘Rey del Timbal’ es la que participó en Montreaux en 1980 (el Festival de Jazz de Montreux es un festival anual de jazz creado en 1967, que se lleva a cabo en Montreux, Suiza frente al lago Lemán) y cuya grabación en vivo sigue sobrecogiendo a cuanta generación nueva se adentra en los misterios de la música, misterios que solo es posible explorar de la mano de una aguerrida y pulcra pasión por ella. Cómo no encoger el espinazo con ese disco, es sencillamente una obra de arte para la posteridad, signo ineludible del talento humano para cuando, dentro de milenios, seamos contactados por vida más allá de la galaxia. Porque debe ser música creada al otro lado de un agujero negro, tras las dimensiones inimaginadas de la creatividad y la locura. Y Patato fue parte vital de esa conformación, junto a Mike Viñas, Jorge Dalto y Alfredo de la Fe.
La amistad surgida con el pianista argentino desaparecido a los tempranos 39 años en New York (1987), Jorge Dalto, originó una suerte de complicidad musical y una confianza que se plasmó en numerosas giras e incluso grabaciones, como “Rendezvouz” de 1983 y “Urban Oasis” de 1985. Pero mayor muestra de la dupla Valdés-Dalto es notoria en el antológico disco “Masterpiece”, grabado en Alemania en 1984 para el sello Messidor, pero editado recién en 1993.
Precisamente, la demora en la publicación de debió al cáncer del que enfermó el maestro Dalto, por lo que la intervención de piano tuvo que ser terminada por el también virtuoso y no menos maestro, de República Dominicana, Michel Camilo. El disco cuenta con sobresalientes colaboraciones y en los coros nada menos que a los sensacionales José Alberto ‘El Canario’, Sabú Martínez, Orlando ‘Watusi’ Castillo y Néstor Sánchez ‘El Albino Divino’.
La inquietud de Patato lo lleva a giras y estudios de grabación en el mundo entero. En 1987 graba con Mario Bauzá y Graciela el disco “Afro Cuban Jazz”, en 1993 se vincula con el también extinto maestro del piano Hilton Ruiz y graba el álbum “Heroes”. En 1994, bajo la producción de Paquito D’Rivera, graba el disco “Bebo rides again”, tributo al maestro Bebo Valdés. Ese mismo año, también para Messidor, graba el álbum que saldría al mercado recién en el año 2000 como “Único y Diferente”. En 1995 graba “Sonido Sólido” al lado del cubano Alfredo Rodríguez. Ese mismo año pisa nuevamente un estudio para grabar el primer volumen del álbum “Ritmo y Candela”, en el que comparte con Rebeca Mauleón, Jorge Luis Quintana ‘Changuito’ y Orestes Vilató. El segundo volumen sería grabado en 1999, con nuevos invitados, como Walfredo de los Reyes, Omar Sosa, Yosvany Terry, entre otros.
También en 1999 se junta con Giovanni Hidalgo y Candido Camero, así como la voz de Hermán Olivera, para el primero de los dos volúmenes del reluciente “The Conga Kings”, grabado en vivo en la St. Peter's Episcopal Church en Nueva York. El año 2000 lo marca su nueva reunión con los maestros cubanos Cachao y Bebo para el disco ganador del Grammy “El Arte del Sabor”, título que más nos aproxima a la idea de un tratado de gastronomía, pero que no se aleja de ese concepto, por la complejidad artística que desencadena ese álbum, pieza maestra que solo un gran cocinero puede entender. En el 2001 se une a una legión de increíbles maestros cubanos, “Los Originales” y también forma parte de la constelación convocada por el cineasta español Fernando Trueba para hacer el documental Calle 54.
Dueño de un aura especial, una luminosidad que pocos humanos llegan a poseer y dominar con humildad, con los grandes genios, que sonríen sin preocupación, como Mozart lo fue, despreocupado y orgulloso, pero sencillo, sin las pretensiones de los absurdos, pero lleno de la sabiduría de los talentosos, los que no necesitan más que, en su caso, un cuero templado para vibrar al golpe del corazón, al son de las manos acariciantes, al ritmo de la vida. Ese era Carlos ‘Patato’ Valdés y hoy lo hemos recordado.
Miraflores, 12/09/2014
Publicado en el número de setiembre de 2014 de la Revista Okónkolo
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