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sábado, 28 de junio de 2008

A San Antonio de los Baños

Las mañanas en el patio de letras, con mis amigos, eran lo mejor que uno podía querer. Ni siquiera la gentita de la rotonda podía opacar nuestro alegre optimismo, esa magia iluminada que nos despertaba cada mañana, y eso que más de uno sentía ya con los despertares alguna que otra curiosa ansiedad depresiva que asomaba sutil y lentamente por debajo de la almohada y entre las sábanas. Por esos días preferíamos decir que el solo nos golpeaba el rostro y nos acusaba de haber despertado, qué difícil era el levantarse algunas mañanas soleadas de verano, con la mirada contra la nada y la esperanza de que el mundo sea distinto, sin combis ni represión, sin clases de mate con Lumbreras o lengua con Mauchi, qué fácil era entonces nuestro mundo, no?

Recuerdo con nostalgia la facilidad con que el loco Freyre sacaba las primeras notas arpegiadas de Ojalá, nuestro emblemático himno de esos años, a pesar de las miradas de desprecio de los dementes normales, porque indudablemente eran ellos los extraños. Era la primera vez que me enfrentaba al mundo, tal como muchos lo han soñado y otros lo han hecho, era nuestra forma de existir, o al menos intentábamos empezar una senda.

Fue quizás Ojalá la primera manera de ver el mundo con otros ojos. No había manera de que alguien nos privara de eso, por bueno o por malo, ni siquiera Crespo con su insufrible curso de historia universal. Fue la mejor manera de conocer a Silvio Rodríguez, en el patio de letras, con la mirada de desprecio de la gente que pasaba hacia Psicología y la gentita de la rotonda.

Años después, como alguna vez lo escuché en ese mismo patio, cuando la gente se inserta en el sistema, desde adentro, o lo escuchas de manera distinta o simplemente no lo escuchas. Pero Silvio es mágico y siempre vuelve, a atormentarte si es que lo necesitas, a darte un baño de humanidad, una dosis de poesía, algo de música culta.

Y era tan bueno gritar a voz en cuello el coro de esa vieja canción que cualquier grito o amenaza era poco para nuestro espíritu. Eran años bellos. Nos faltaba tiempo para caminar, recorrer, conversar y debatir, algunos más cercanos a las márgenes izquierdas y otros menos vehementes, algunos visitábamos la facultad de letras de San Marcos cuando la fiebre convulsa de los más tenaces se alzaba y otros se quedaban en el jardín de la rueda o en la cancha de fútbol a fumarse un dulce troncho. A veces el jardín del CAPU era escenario de nuestros debates o canciones, a pecho vivo, pese a las advertencias de desalojo de la autoridad o la presencia infesta de algunos grupos de pensamiento menos rebelde.

Por estos años nuestro emblema había cambiado, habíamos dejado aquella poética Ojalá por la muy intelectual Pequeña serenata diurna. La tranquilidad de la cafeta de letras era solamente provocada por algunos versos alzados del poeta Josemari Recalde o los gritos desatinados de Ricardo Letts, una verde mañana de tantas, con gente inerte y pensamientos idos.

Cuando la distancia pierde su tiempo, no somos capaces de ver más allá del cielo, algo que perdemos al salir de la inocencia, al dejar de lado el sueño loco de ser felices o tristes, qué más da, pero humanos al fin. Si los brazos cansados yacen al sol, solo siéntate y respira, me dije yo mismo muchas veces. Hoy me hace falta escuchar mi propia voz, y volver a la inocencia de esos años. Quizás Silvio me la devuelva, o Cuba entera, o la vida misma. Quizás mi cama me devuelva el alma, queda entre sus rendijas inertes, aletargado, muerto, como de porcelana, posado en el hedor de la nada.

Cada día me alzo, paloma mía, para gritar al viento la canción del elegido y posarme sobre tus alas, dormido, viajar en el tiempo, para despertar en una nueva mañana y ser feliz, a pesar de mi mismo y de los muertos de mi felicidad. Ya desde la orilla del sistema, vacía el alma, solo las palabras tiernas y los pequeños besos de mi hija me dan paz, me dan vida. Y el tiempo me da la razón, me devuelve una caricia ida y me dice que puedo seguir adelante, bendecido por las lágrimas y las arrugas y los pesos muertos. Y espero despertar y tomar mi combi, llegar al patio y escuchar a Marco, Javier y Leysser, saludarlos, reírnos, mirar a la gente, sentarnos a llorar y proferir alguna de Silvio.

Miraflores, 21/06/2008

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