La increíbe historia de un holandés poseso por los espíritus de los tambores: Lucas Van Merwijk & Cubop City Big Band.
El holandés apasionado por la percusión, el niño aquel que desde la más temprana infancia le golpeaba a todos cuanto tenía cerca de sus manos en la casa familiar, se sigue imponiendo como una de las más autorizadas expresiones de la percusión latina, a pesar de no tener absolutamente nada de latino, salvo los glóbulos y el alma.
La primera vez que escuché algo de la Cubop City Big band, inusitada por cierto, fue gracias a mi amigo Roy Rivasplata, cuando lo visitaba las noches de los viernes allá por el ya lejano 2003 cuando Salsa Picante hacía nuestras delicias en Radio Nacional. Y entre discos y micrófonos, me hizo descubrir el talento y el sabor de este percusionista impensado que, sin más trámites, se apoderó de las noches del programa. La propuesta de la Big Band, las voces de sus cantantes, el despliegue orquestal y su aporte virtuoso a los timbales, consumado todo por una dirección de altísima calidad, hacen de este músico demente que entregue discos tan preciso, pertinentes, cerrados y sabrosos.
Este percusionista con tan buen sentido de lo latino no siempre escuchó tambores. De niño, por ser precisamente el menor de sus hermanos tuvo que escuchar lo que los demás le dejaban de herencia, como The Beatles, Rolling Stones y Sex Pistols, entre otros. Más tarde, con las influencias jazzísticas y de músicos cubanos pasó de hacer tambores fríos a calentar las baquetas con una propuesta realmente enloquecedora. De pronto, se vio interesado más seriamente en la batería, que empezó a estudiar cuando tenía ocho años; tocaba temas de pop cuando tenía dieciséis, y a los dieciocho ya comenzó a estudiar más seriamente en el conservatorio, recibiendo lecciones de jazz.
¿Por qué es que cuando toca parece poseso por Tito Puente? Sencillamente, por las influencias que ha adquirido, como el cubano baterista del Grupo Afro Cuba Oscar Valdés, a quien estudió mucho; Horacio "El Negro" Hernández, Enrique Plat, Ignacio Berroa y otros bateristas cubanos; así como muchos percusionistas también, como Tony Williams, Philly Joe Jones, Roy Haynes, etc. El jazz lo mantuvo enrolado en un comienzo, lo cual le permitió tender el puente necesario con la percusión latina, como el caso de Nueva Manteca en 1996.
Dentro de sus filas hemos podido advertir la presencia de talentos descomunales como Orestes Vilató, Armando Peraza, Giovanni Hidalgo o Nicky Marrero. El caso de Paquito es distinto, ya que a él lo conoce desde antes de la época de Irakere y se hace muy próxima su reunión para tocar juntos.
Por otro lado, sus discos encierran una perfección casi alucinada, no solamente porque se trata de una big band –que de suyo todo lo hace sonar bien-, formato que domina a su antojo gracias al Machito Project, sino porque inequívocamente nos transporta a la magia que el mismo Machito o Benny Moré quisieron transmitir desde lo más último en sus seres. Esa complicidad final, que alcanza grados superlativos en los solos de timbal o en los coros de los temas clásicos es quizás su mayor logro, tal y como se notó en el homenaje a Benny o en Arsenio, trabajos ambos que encuentro son para sí mismo sus mayores retos, por la alta complejidad de sus arreglos.
Preguntado alguna vez sobre aquello que lo inspira a hacer música, aquello que lo transporta desde su posición de virtuoso timbalero hacia el alma y los sentidos mismos de quienes lo escuchan, no duda en precisar que la música para él no es otra cosa que una íntima comunicación, de emociones, estados de ánimo, sentimientos y locuras temporales. A más disímil el contexto que tiene que enfrentar, mayor es la inspiración que alborota su sangre, llevándolo directamente al entendimiento cabal de aquello que se quiere decir a través de la música y, en su caso, específicamente gracias a golpes de tambor.
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