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viernes, 5 de diciembre de 2008

Las Cuentas del Alma


La primera vez que yo escuché las Cuentas del Alma de Rubén fue en los ochenta, pero no la supe sentir. No fue sino hasta entrados mis treintas que, con mis propios golpes y las salivas proverbiales de mi madre, entendí a cabalidad ese mensaje tan sentido. Nunca antes había escrito sobre esto, pero siento que es el momento, entre audífonos y piscos, con el sol a cuestas y esta tarde de diciembre a flor de piel.

Cuando niño, mi madre siempre tuvo su mejor rostro para mí, su mejor sonrisa, su mejor esfuerzo. Pero por dentro, la eterna procesión siempre pausada y monocorde iba lenta y dolorosa. El amor es cuestión de dos y dos que se duelen, eso también lo aprendí… y vaya que sí.


En esos años, mis recuerdos son borrosos, vagos, pero tienen en común y con cierta claridad el cabello de mi madre, su mirada, su voz y su ropa setentera. Que bonito era caminar a su lado, siempre lo he dicho. Y claro que recuerdo otras cosas en familia, pero esas imágenes son recurrentes, las imágenes y su vocación de entereza.

Años después, ya en Miraflores, me dijo algo que me sigue martillando la cabeza, “a veces no queremos, pero debemos”. Yo, para variar, no le hice caso, pero sí que tenía razón, porque sus palabras venían del fondo del alma, desde ese rincón desde donde tantos han cantado sus canciones más sentidas y otros tantos, entre los que me incluyo, se han ahogado entre aguardientes y vahídos.

Hoy, con mis treintas y mis golpes, tras demasiados aguardientes e innecesarios vahídos, vengo a hablarle, no sé, por qué. Nunca antes lo hice, porque obviamente no lo merece, pero alguna vez tenía que hacerlo. Las cuentas del alma, mi estimado forastero, no se acaban nunca de pagar… y vaya que lo debe de saber. Entre ilusiones y recuerdos, entre los grises fantasmas y la deliciosa soledad, abrazará las pelusas de debajo de la cama y morderá las ansias encomiables de la locura viva que da el saber y no poder, el querer y no deber, el mirar y no tocar. Ese es el precio que se tiene que pagar. Y créanme que yo sé muy bien de lo que estoy hablando.

Ya todo lo dijo Rubén.

Besos para mis amores más bellos,
las que me entienden y secan mis lágrimas;


Carmen, Patricia y Fabiana.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hermoso,sentido,verdadero, salen del fondo del alma en complicidad con el corazon, pero tu cerebro a pesar de estar macerado en alcohol, funciona a la perfeccion,asi que tienes que hacerle caso.

Mi cachito tu sabes que siempre estare para ti,como madre, aprendi a escuchar, a escuchar con todos los sentidos. Yo creo que somos almas gemelas con la diferencia que tengo mis sesenta añitos y se algo de las deudas que tenemos que pagar en esta vida que cada dia te despierta con una sorpresa a veces gratas o ingratas, pero a medida que vas avanzando y conociendo los trucos puedes saborear mejor los momentos gratos, los por que del dia a dia, los silencios, las risas, las muecas, los gestos, los recuerdos y cuando llego a esta parte surge un rostro , una sonrisa, unas trenzas, una figura gordita, una voz angelical que me hace volver a la realidad y soy feliz muy feliz y eso te lo debo a ti.

Gracias por ser mi hijo querido gracias por FABIANA.

Carmen