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martes, 2 de noviembre de 2010

Cuando los boleros reflejan las necesidades del ser humano: amar y ser amado

Primera parte del programa especial de Expresión Latina dedicado al Bolero con motivo de la invitación de Román Palacios del programa Fusión Latina el sábado 23 de octubre pasado.






Primera parte

Desde su aparición a finales del XIX con los primeros boleros hechos en Cuba pero de claro e influencia española hasta nuestros días con propuestas modernas o de fusión, pasando por los clásicos de la época de oro del bolero o el filin de mediados del XX, el género del bolero, romántico por antonomasia ha tenido un largo camino y distintas batallas que sortear para consolidarse como el género quizás más importante y más longevo que podemos exhibir orgullosos en esta parte del mundo.

Nacido en Cuba, el bolero ya es universal, como alguna vez se dijo del mambo en una canción de Daniel Santos. Y al día de hoy resulta imposible no recurrir a él en toda circunstancia, ya sea para homenajearlo debidamente o cobijarse en él por los dolores del alma.

Hay muchas perspectivas para enfocar el bolero. Nos concentraremos en dos de ellas en esta ocasión.

Algunos han preferido estudiarlo desde una óptica lírica o temática, a partir de lo que nos transmiten sus letras, los tópicos abordados y su impacto en las corrientes del pensamiento a propósito de su manejo de la sensibilidad. Autores como Alejo Carpentier, Natalio Galán o Vicente Francisco Torres han dado en el clavo al considerar los efectos directos en la lingüística y la literatura, y viceversa, que el bolero ha ocasionado. Porque los seres humanos somos, después de todo, resultados de nuestras propias vivencias y nos maceramos en el dolor y en un bolero, es inevitable a la idiosincrasia del latino, exteriorizar sus sentimientos y emociones con la música. Eso se llama bolero. Y los cantos enunciados desde los más grandes compositores del género pueden versar sobre el amor correspondido o romántico, o el amor pérfido o traicionero y el amor, las dos caras de la oscuridad del corazón humano.

Otros en cambio, más pegados al género mismo han optado por su evolución, musicológicamente hablando, como enfoque para el estudio del género, desde las influencias europeas del inicio de su historia, básicamente centradas en los motivos españoles o coplados de las primeras composiciones, o incluso el recurrente protagonismo de tenores al frente de la interpretación de los boleros en las primeras décadas del siglo pasado. Es el caso de Alfonso Ortiz Tirado, Pedro Vargas, José Mojica o Genaro Salinas.

Los siguientes años, ya consolidado el derecho propio del bolero para desprenderse de esas primeras influencias, nace el canto más sentimental como manera de llegar al público, primero desde Buenos Aires y desde México después como centros gravitacionales en relación con la producción musical y discográfica. Son los años de transición hacia las voces hegemónicas del bolero como Leo Marini, Daniel Santos, Fernando Albuerne o Juan Arvizu. Pero es quizás la consagración absoluta del período mexicano la que inician Los Panchos a mediados de los cuarenta, en una aventura que se prolongó muchas décadas. Su formato de trío marcó una nueva tendencia, como de línea paralela, que reservó para sí una expresión propia para transmitir una sensibilidad especial, reforzada por aportes de virtuosismo armónico en las guitarras y voces muy agudas en la parte vocal, como el caso de Los 3 Diamantes o Los 3 Caballeros.



En la línea central cubana, el bolero era más bien un género de alternancia de los artistas y agrupaciones musicales, quienes se dedicaban a ejecutar sones y guarachas principalmente, como la Sonora Matancera o el Conjunto Matamoros, o incluso grupos como Los Guaracheros de Oriente, El Trío La Rosa o Los Compadres. Y es que la música bailable es la columna vertebral del aporte cubano al género, impulsando las variantes o fusiones de bolero mambo o bolero cha.

Ya para la década del cuarenta es que la interpretación femenina se consolida, gracias a la presencia de cantantes como la cubana Gloria Díaz o la puertorriqueña Mirtha Silva. En el escenario mexicano destacaban ya Eva Garza, Toña La Negra o María Luisa Landín. Pero de todas ellas, la que consiguió para sí el título indiscutible de “reina” fue sin duda la cubana Olga Guillot.



1 comentario:

Juan Diaz Lecaros dijo...

Excelente ¡¡¡¡¡¡¡¡¡ esto esta tremendo, Fernando te estas pasandooooo ¡¡¡¡¡
Felicitaciones
Juan