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sábado, 20 de septiembre de 2008

Carta para mí


Si yo supiera cuánto los extraño no estaría tan tranquilo, sentado, mirando la vida pasar, impotente ante las miradas extrañas de la gente que me condena. Tal vez son ideas mías las que me hacen delirar, hastiado ya de mí mismo. Sin más preguntas tontas en mi cabeza puedo vislumbrar un presente aún más distante que el pasado, y ello no es sino otra noche de soledad entre el silencio y el vacío de este lugar.


El tiempo ha sido muy benevolente con todas las cosas que hice y dejé pasar, tantas veces me vi derrotado con cada lágrima quemando mi corazón, mi herido corazón, sin voz que pueda expresar mi dolor, sin pensamientos buenos que calmen estas ganas incesadas de ver por última vez el cielo tan azul tan lejos. Distantes las estrellas que brillan de esperanza, ellas son mi fortaleza, esa razón por la cual el amor es grande y prevalece a pesar de las noches tristes, de las calles solitarias, de la rutina que pesa…


Si fuera consciente de la ausencia abrumadora de sus miradas, no perdería el tiempo en inicuas suposiciones, inventado escenas absurdas en mi memoria. Rendido frente al mar, las tristezas se pierden entre las olas y la brisa de su inmensidad; el sol navegando en el horizonte, despide sus rayos de esperanza de un mañana diferente. Cierro los ojos lentamente, me dejo llevar por el viento suave del ocaso, siento la caricia fresca y lozana, el sabor salado y vivo, y el aroma etéreo e inefable de la tranquilidad eterna después de la agonía inexorable del tiempo…

No hay distancia, si los sueños son los momentos que nos vinculan y nos hace cómplices de nuestros deseos y propias tristezas. Quizá inventé una excusa para ocupar mi razón en irracionales ecuaciones de tiempo y velocidad, o tan sólo la noche obnubiló mi mirada en su infinita omnipresencia… caminaré sin rumbo por el muelle de mi soledad, buscando a ese sol que juega a las escondidas con el mar.


Hacia el final de una historia lo escrito se desvanece con la tinta de los recuerdos, las palabras desfallecen con el último suspiro del alma, y los momentos vividos recorren rápidamente los segundos restantes del corazón. Llega el ocaso a mi mente y vuelven las penas a abrazarla, cálidas, eternas, presentes. Los sueños se pierden en ese horizonte que no siento ni alcanzo. Mi mirada cansada se posa en el cielo para decirle adiós a las estrellas, enviarles mi amor y envolverme con su luz hasta que el sol deje de esconderse del mar. En ese final me hallo al fin, paterno y feliz, para mirarlos y secar mis lágrimas en sus mejillas; para escuchar el rumor de sus voces a lo lejos, girando en el mar, chapoteando la vida y creciendo bien.

Juan Carlos Limpi

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