Nuestro Podcast semanal en Spreaker

Ranking Semanal

Nuevos estrenos en Hearthis

domingo, 22 de febrero de 2009

El cuchillo en el alma: El amor traicionado



Para cerrar el homenaje al mes del amor, la tercera fuente del bolero: el amor traición, el feroz castigo del alma cuando el amor se torna despecho, desengaño, dolor.



Es sencillo imaginarse en una oscura mañana de invierno, sentado a los pies de la cama, sin haber conseguido el sueño, con el único pensamiento perdido en los días buenos que se fueron, ido, confundido, con el corazón hecho girones, cansados de las mentiras, de las sospechas, de los silencios y de las preguntas.






Dice el genial Eloy Jáuregui que el bolero viene dado en nosotros por el ADN mismo, desde la cuna o la infancia, embebido en todo aquello que se escuchó en nuestras casas. Es una excepcional explicación a por qué muchos de los que nacimos después de su apogeo escuchamos boleros como si nos fuera natural. Es porque lo llevamos en el alma, sin duda.


Pero ello no explica, sin embargo, por qué es que nos sentimos atraídos por la magia negra del bolero, de cómo nos acercamos a él en las más infaustas horas. Será acaso que es como el bálsamo necesario para el alma adolorida, esa manera de enfriar nuestro melodrama personal, o será que no hay mejor forma de encontrar en el silencio de nuestra soledad la palabra doliente que nos expliqué la tragedia de nuestras vidas. El bolero es eso, la consolación tardía de algo que nos fue concedido desde siempre pero enceguecidos por la pasión dejamos de oír. Y el amor traicionado lo explica todo.




Volviendo a la escena aquella en la soledad de la mañana, rodeado de botellas compañeras y lágrimas jugosas. Es un domingo, y solo la vigilia estuvo presente en las horas más tristes de la desilusión. Una traición explica el cuadro, el vaso y el llanto, la piel marchita y el rostro azul. Sólo un desamor, nacido en la locura de la mente que pretende alargar lo inexplicable o darle vida a lo irreal, puede ser capaz de soportar tales angustias.


O esa otra imagen de la mujer de más de cuarenta frente a la pantalla, esperando que el amor llegue envuelto en códigos binarios, como si las palabras de un mensaje emergente fueran dichas al oído humano. Esa droga de amor alimenta diariamente la creencia infame de que el amor existe y de que es real. Pero la vida, una vez más, como en un bolero, le hace saber, tarde o temprano, que hasta los circuitos son infieles, traicionan, no son buenas, hacen daño, que dan penas y se acaban por llorar.





Y la muerte llega, de la mano del alba y la sequedad de los ojos. Las heridas, ya cansadas, ya lentas, dejan de doler, se vuelven incluso caricias ausentes, adormecidas, propias, como antesala bendita al olvido, esa extraña sensación de que todo es gris, opaco, como distante, como resaca indolente de la mañana siguiente. Pero es en ese olvido que el corazón encuentra nuevamente la paz perdida, ese sosiego incomprensible y que suena ya raro en la intranquilidad de lo cotidiano. Es como el antídoto bendecido que llega a los labios secos, quebrados y amargos, labios sin vida, labios sin fe. Porque un desengaño dura mucho, tanto como el amor mismo, puede ser eterno, puede ser fugaz, puede que no sea si no tan solamente el otro nombre de la desesperanza, de la demente conclusión a la que todos llegan, poco antes, poco después: el amor no existe.






Pero como bien afirma la siempre acertada Mariella Garay, leyenda urbana de la dolencia vespertina del amor, vale más sufrir por amor que nunca haber amado. Y es en esa certeza que los amantes traicionados, sedientos de los jugos que provee la fruta negada del amor, vuelven a delinquir en los pantanos prohibidos del amor, cómo feroces criaturas que insaciadas de dolor, regresan al acometimiento inefable del beso y de la creencia, y por ende de la sospecha y la incredulidad. ¿Es en ese círculo vicioso que se encuentra acaso el placer secreto de las almas adoloridas?




Por que no es tal vez que da lo mismo embriagarse con los jugos del amor que con el alcohol compañero, son vicios al fin, que exagerados en la plataforma innegable de la vida, llegan a saciar las fuentes inagotables de amor y tormento que algunos tienen también grabados en el ADN. Porque hay que haber vivido para saber escuchar un bolero, pero hay que haber sufrido para sentirlo propio. Y pienso en varias cosas en este momento que me entrego al vicioso rito de escribir sobre el amor, la liturgia de la sospecha, pero un acto de fe; una prueba de lo inexistente comprobada en el vértigo inenarrable del tacto vivo.




Y después de este recorrido, no es incluso claro el afirmar que el amor traicionado no es menos inherente al ser humano que el respirar, porque para amar se ha nacido, como dijo el poeta, sin más distingo de edad o de sexo que aquel que nos autoimponemos, y para ello es que mostramos nuestras rodillas desnudas y los pies descalzos, para alcanzar la certeza de que el objeto de nuestro amor, es, bendito sea Dios, tan real como nuestras lágrimas.


Si es preciso mátame como lo hiciste en el ayer

pero esta vez resucítame sin el ingrato recuerdo

en que la soledad y tú eran amantes de mi mal

detrás de la luna que yo anhelaba en la sombra.

Si este es el precio por tu ausencia ¡lo pagaré!

con tal de no odiarte tanto como a mí mismo

que ya tengo suficiente con las noches difuntas

dentro del vacío que colma tu imagen absurda.
Si es necesario apártate de mis pensamientos

deshabita los escondrijos supuestos de mi alma

como lo hace el presente llevándose mis horas

no digas nada ¡aléjate! es necesario de mi ser.



Y antes de que el adiós halle el instante preciso

donde la distancia retoñe del árbol indiferente:

busquemos el olvido primaveral en nuestra piel

que se marchita si seguimos acariciándonos así.


No te inquietes por mí ¡alguien como tú aparecerá!

seduciendo mi memoria con los segundos inciertos…

tu nombre juega en el tiempo vivido ¡eres el pasado!

amante del adiós y de la soledad que viran las horas…


J. Carlos L.

Lima, 14/02/2009

No hay comentarios: