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domingo, 15 de febrero de 2009

Esa locura llamada amor


Más allá de las reacciones químicas y del flujo interno que sufren los cuerpos y las mentes de los que se dicen estar enamorados, existe un cúmulo de emociones y de sensaciones que experimentamos con ocasión del amor, o esa extraña cosa que nos envuelve y nos devora como bestia informe y nos digiere, insaciado y voraz, hasta trastocar la vida misma. Del amor entre dos –o más-, sin diferencias que importen ni forma que le concedamos, nace también un bolero, o será que es a partir de aquel que nos enredamos en las más innombradas locuras para darle sentido a lo soso de la vida rutinaria. De todo esto trata esta nota en la segunda entrega correspondiente al mes del amor.




Hay algunas conjeturas desplegadas para entender el amor en la vida de un ser humano. Mi consideración inicial es que el amor tiene varios nombres, o se disfraza de distintas formas para apoderarse de nuestra conciencia, algunas veces con cordura y otras con demencia, pero amor al fin. Ya sea que se trate de un sentimiento bondadoso que nos presiona el pecho por prolongadas jornadas o sea que se trate de los dieciocho meses que se dice dura la pasión, el amor estará presente en nuestras vidas siempre que le abramos las puertas, por cansancio, por vergüenza, por ansiedad o por necesidad.




Distintas formas y sugerentes nombres para cada mentalidad o para cada vivencia personal, el amor llega a la vida del ser humano en el momento menos pensado. Aunque algunos preferirán negarle existencia, sumidos en la absoluta convicción de que se trata de un signo inequívoco de la más absurda debilidad y que expone a la persona a una invariable sensación de indefensión. Incluso para ellos, el amor tarda pero llega, como lo ha explicado la realidad. Muy cerca nuestro, de seguro, encontraremos ejemplos visibles de cómo puede sentirse amor por las cosas y las personas más increíbles, o de las formas menos probables, pero que dan cuenta de esa transformación que necesariamente se da en la psiquis y en la conducta de la persona.




Cuando adolescentes, el amor llega de maneras insospechadas y crueles. Nos aborda de forma irrefrenada y sacude nuestros espíritus sin piedad alguna. Los objetos del deseo son, por lo general, comandantes de nuestros destinos. Caemos presas de los mandatos inverosímiles de la persona que se ama, pero que no necesariamente nos ama. En todo caso, aprendemos a conducirnos por los senderos inextricables del amor. Y lo dominamos, entre caídas y machismos. Hasta que nos superamos a nosotros mismos, logrando construir conclusiones a partir de premisas falsas, como casi siempre suele suceder, teniendo lugar entonces frases como “pero qué pasó”, o aquella de “está loca, ese patán no le conviene”, entre otras. Y lo peor de todo es que, solo a veces, tienen razón.




No hay duda en que para ese momento, al desoír cualquier comentario o consejo, estamos ya absolutamente embebidos en el amor, en él y en los jugos que provoca. Pero hay otros jugos, más bien elaborados, los que nos abordan cuando el amor se quiebra. He sido testigo de espectáculos abominables de declive infrahumano en aquellos que se sienten dejados o traicionados, y es que es inevitable que se nos rompa el corazón de manera literal cuando el amor tenía invadido nuestro cuerpo y de pronto sale de él, exorcizado por brebajes perfectamente equilibrados. Y en ese instante aplicamos principios de física elemental, porque sabemos que ninguna materia puede ocupar el espacio de otra al mismo tiempo, de ahí que se afirme erróneamente que “un clavo saca otro clavo”.




El aprendizaje del amor va adquiriendo forma de las maneras más insospechadas a lo largo de nuestras vidas adultas. Aparecen las convicciones y las carencias. Surge entonces la ansiedad, la angustia, por determinarse un destino con alguien al lado, aunque muchas personas tuvieron que darse cuenta mucho antes de que ello no es una necesidad a prueba de todo, muchas veces se aprende solo o sola, a fuerza de entereza y de dolor. Pero ese mismo dolor es el que lleva a las personas de presenciarse protagonistas de historias irreales, como aquellas del segundo amor, el amor virtual o la nueva vida. No existen tales fantasías, son solo creaciones de la mente adicta a las sustancias que alimentan el amor y que crean dependencias complejas en los indigentes de afecto.




Pero, siendo honestos, no es bueno sentirse atrapado en esas redes. Hay boleros y canciones que le confieren más valor en la vida al sufrimiento por causa del amor que a la ausencia de éste. Y es que parece existir un consenso en que es el amor aquello que mueve al orbe y sus partes componentes. No queda ya duda de la gloriosa enfermedad que nos asalta cuando somos víctimas del amor y sus síntomas. No es acaso que no existe sino placer en la compañía de la persona que se ama. No es acaso que se halla la máxima expresión de felicidad en la contemplación del rostro de la persona amada. No es ese primer helado, esa caminata, esa larga conversación, lo que da vida a nuestras alcohólicas vidas, aquellas como las que describió Gingsber en su más celebre composición, esa en la que reclama amor porque para ello se ha nacido, sin importar de dónde o de quién provenga.




Al final, los recuerdos que se atesoran en el corazón, hablando más del cofre de las emociones que del músculo proveedor de sangre fresca, son el mejor logro en la experiencia de vida de una persona. Haber aprendido a amar, perdonar y ser perdonado, aunque a veces es más complejo perdonarse uno mismo por las culpas negras que pesan como inmensos peñascos sobre el propio pecho. Y esa sensación de sabiduría permanece en las personas, como alivio al espíritu, sabiendo que alguna vez se amó y se fue amado, entendiendo que nunca más en la vida se quiso de manera similar, porque –seamos honestos- una sola vez se ama en la vida.




Hay quienes, sin embargo, tienen miedo al amor. Huyen de él y son más bien adictos al chocolate, porque encuentran en ese producto el sucedáneo perfecto para el alma. O quienes lo quieren encontrar en los lugares y las personas menos correctas. Mi amigo, librepensador y narrador Marco García, prefiere decir de ellos que se buscan las razones imposibles para permanecer siempre solos, cobardes y sin ánima alguna. Por su lado, el poeta Héctor Ñaupari, más inclinado a las formas que el amor adquiere cuando se enredan los cuerpos, opta por darle libre aire al vuelo desencadenado del amor. Yo coincido con ambos. No existe forma que no se le conceda al amor, libre, fuerte, honesto –no necesariamente sincero- que los amantes decidan, conscientemente o presas de alguna suerte de locura momentánea. En la Teoría Regresiva del Amor, elaborada por mi amiga Mariella Garay, las cosas y los amores solo fluyen y no vuelven jamás. Y de eso, ella está segura. Y yo le creo.



Y para cada momento de este largo itinerario existe un bolero que lo grafica o lo representa, algunas veces con absoluta claridad y otras con sentenciosa sospecha. La verdad es que vivimos envueltos en un juego de sensaciones, aquellas que nos conducen irremediablemente hacia el yugo del amor, del que muchos no queremos salir o del que casi nadie quiere escapar.






Vengo de ti luminosa razón
años tras años convertidos
ropas viejas y lágrimas caídas


Si, te conozco, a ti y a tus ojos
y no me hallo en ellos
huyo de mí, imagen infinita que vuelve
y encuentro mis propios pasos
aquella tarde de noviembre
cuando dejé mi corazón
partido en cinco maletas

Vuelvo a ti iluminada existencia
a por tu luz incesada
y acometo mis suspiros tardíos
y me pierdo en los míos
latidos mojados del futuro
muero de miedo muero
y ni tu luz ni sus ojos me bastan

Aquí donde me huyo
no hay más luz ni nada
ni tarde ni corazón ni maletas
no hay sino polvo de nada
vacío de estruendo
baladro cansado contra la noche
Y mi vieja cara de reflejo

Vuelvo a ti luz de noche
y a la gris vereda en que nací
igual que aquella otra ceniza
en Que morí con mis palabras
para arañar el viento
y gritar en silencio
que me huyo y no me busco
y me condeno a vivir
sin tus ojos
sin tu luz



Fernando Cataño Florián
Miraflores, 08/02/2009

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi querido Fernando

felicidades para ti tambien
en este lindo y hermoso dia
del amor y la amistad..

muy buenno y perfecto como siempre
tus notas, me encantan y en cuanto
llegue a lima te llamo,,

ok mi amigo un abrazo grande y
gracias por tus atenciones

peluzzas :)



peluzzas chat :)
cdc.timbal@hotmail.com

Anónimo dijo...

Como tú alguna vez me dijiste "el amor no puede definirse con palabras, mas sí con el sentimiento". Todos de alguna manera buscamos saber qué es el amor... y todos nuestros actos de se resumen en ello: por amor a nuestros seres queridos, por amor a una pareja especial o por amor a uno mismo.
En nuestra humanidad sabemos que si él no habría razón para el bolero; y no solo el bolero, sino un mar de melodías que acompañan al lenguaje del amor.

Anónimo dijo...
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