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jueves, 23 de octubre de 2008

Los Morochucos


Corría entonces la segunda mitad de la dècada del cuarenta y el dúo Los Chamacos, formado por Augusto "Tito" Ego Aguirre y Lucho Sifuentes, había logrado cierta acogida entre los peruanos, aunque más en Argentina, país donde viajaban continuamente. Se trataba de una conformación de estética elegante, aunque no logró calar en la emociòn del criollo sencillo profundamente, acaso por los tiempos que se vivian en Lima, años en que la canciòn criolla se estaba terminando de consolidar como algo nuevo, popular, por las movidas propiciadas por el inquieto Pinglo y la difusiòn incansable de "El Cancionero de Lima", fundado en 1910 y "La Lira Limeña", fundado en 1929, que publicaban entre otras las canciones que el propio maestro Felipe les enviaba.

En esos años, se presentaban en lugares como la confitería Tabarís y Radio Splendid. En sus inicios, ellos se llamaban Los Chamacos, pero en Argentina se presentaban como Los Morochucos. Luego de grabar en Odeón el tema de Pinglo Bouquet, en un viaje a Argentina, fallece abruptamente de peritonitis Lucho Sifuentes, un 26 de mayo de 1946, en la ciudad de Buenos Aires, siendo sus restos trasladados a Lima. Acto seguido, Ego Aguirrese se halla de pronto ansioso de seguir el camino que ya había empezado. Ese sonido elegante tenía que plasmarse en algo más elaborado, más fuerte, con mayor presencia.


La palabra morochuco está compuesta por las voces ‘moro’ que quiere decir varios colores y ‘chuco’ que significa gorra, y como los jinetes ayacuchanos se cubren la cabeza con esta prenda tejida a mano o se la amarra con pañuelos de vivos colores a la usanza gitana se les llama de esta forma. Y por ese espíritu guerrero y de señorial figura de garbo y salero es que fue tomado el nombre del Trío quizás más famoso de la historia del Criollismo, aunque más de uno cuestione esta afirmación por tantas otras figuras legendarias que han brillado con propia luz en el escenario artístico costeño. Pero la dulzura de la voz de don Alejandro, la excelente guitarra del maestro Avilés y el equilibrio perfecto que supo darle Ego Aguirre, en todos los sentidos de la palabra, hacen de esta agrupación una de las más profundamente importantes en nuestro cancionero.


Me contaba mi amigo Pepe Sardón en aquellas noches de tertulia y cuba libre sus memorias de la época en que fue parte de Iempsa y del sello Decibel. En esos años, Avilés era Director Musical y el que dirigía al Trío Los Morochucos. Sin embargo, hacia fines de los sesenta, ya el equilibrio que se había logrado en exitosa armonía estaba quebrándose, en parte por el cansancio y desgaste propio de los grupos, en parte por el carácter especialmente sensible de Cortés, una combinación casi explosiva con la imponencia del maestro Oscar.


El disco de homenaje por los 25 años fue la gota final del vaso cansado de la convivencia. Estaba pensado para ser un álbum doble, con 24 canciones nuevas y finales, con las que el grupo se despedía del escenario, tras varios años de sorprender y deleitar las noches limeñas en distintos locales, bares y restaurantes, como el Canela Fina o El Grill Bolívar. Esa tarde en el set de grabación la historia se terminó. Sólo alcanzaron a grabar 6 temas de todos los que tenían en bandeja. La separación fue abrupta y definitiva. El trío más famoso del Criollismo había llegado a su fin.

Pero, en definitiva, hoy cuando alguien se pega a lo criollo, pese a lo que mi buen amigo Frank Edgar diga, es a través de Los Morochucos, presencia innegable de elegancia y soberbia interpretación de la canción de la costa. Como si se tratara de una mágica emoción que recubre el corazón, quebrado muchas veces por las vivencias de la memoria y los requiebros del sentimiento, el valse cantado por Los Morochucos demuestra que la sensibilidad es posible sin perder el sentido de lo jaranero y esencialmente criollo, algo que nos es tan caro a los costeños de sol vertical y arenas blancas.


Esta ventana solo atina a rendir el homenaje que estos 3 astros se merecen, con el respeto de quien creció escuchando música criolla, amó sus canciones y dedicó varios años de su adolescencia a estudiar e investigar sus anales, ayudado por maestros y gurúes, endulzado por los alcoholes amaderados de las noches frías de Lima y la sinverguenzura de sus habitantes más conspicuos. Y con el homenaje debido, menciono a quienes los conocieron de cerca, como Jorge Franco y Bertila Burga en la Huerta de Los Libertadores de Pueblo Libre, últimos atisbos del maestro ego Aguirre. Gracias a Los Morochucos nuestro valse es estético y se luce señero, aunque estos sean los tiempos del ‘cólera’.
Colaboraron con esta nota:
Jorge Franco
Pepe Sardón (In Memorian)

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Cataño!, gracias! .... realmente felicito tu pasión por el criollismo... pasión que sin embargo no nos alcanzó para ganar la final de canto en los juegos florales.... recuerdas? jajjajaa...

Un gran abrazo my friend y felicitaciones una vez más....

Pocho

ferarca dijo...

Sin embargo, no quedamos mal. Durante dos años consecutivos, acompañado por distintos amigos, logré el segundo puesto en esos juegos florales, pero en quinto, ya solo y con la excelente guitarra del desaparecido Papo La Rosa, me hice del primer lugar. Recuerdo que fueron dos valses los que canté: Todos vuelven, de César Miró, y Amargura, de Laureano Martinez Smart.

Que buenos recuerdos....

Salud!

Anónimo dijo...

Excelente nota Fernando, gracias por complacer a esta ingrata persona (yo)
presentando esta reseña. La historia de la formaciòn la he escuchado, por relatos de mis
tìos y mi Madre: fue Egoaguirre quien le pidiò asociarse a Oscar Avilès pero
no tenìan cantantes, Avilès le propuso probar con Cortès pero Don Augusto
le diò su negativa a primera instancia, lo ninguneò porque "era un simple
cantor de tangos" . Lo de las personalidades de cada uno, Don Augusto era
muy altivo, prepotente.. Oscar la vanidad hecha guitarra.. y don Alejandro
una persona muy fina y sensible.. pero los tres tenìan tambièn sus virtudes
y sobretodo eran geniales.. solo que el tiempo, la ausencia, los elevó màs
todavìa. Si me permites una crìtica muy humilde, està faltando alguna
historia de jarana, algunas de las muchas que he escuchado y te he negado.
Hace años en Miami Oscar Avilès le confesò a mi tìo "Los Morochucos es para
escuchar con el mejor trago que tengas, para la jarana està lo demàs".
Gracias Fernando por el detalle, te pasaste sinceramente.

Un fuerte abrazo

ferarca dijo...

Paciencia, Maestro. Todavía no se acaba el mes del Criollismo. Tengo un par de historias todavía en el tintero.

Saludos

Anónimo dijo...

Es una pena que la música criolla (no la música negra o afro-peruana, como le dicen) se haya quedado pasmada en una época que ya no existe. Debería haber un movimiento que la redescubra o la reinvente, tal y como está pasando con la música folklórica. El huayno, los huaylarsh y similares ya no suenan como hace 20 años; les han incorporado instrumentos y aires modernos, sin que, a mi parecer, pierdan su esencia, lo que está sirviendo para experimentos simpáticos como los trabajos de Miki Gonzáles en su Inkaterra y sus CDs siguientes de música electrónica. Este tipo de trabajos amplían la posibilidad de ir conquistando nuevos espacios para la música andina.

Sin embargo, la música criolla no sólo se ha quedado en su producción y adecuación a los tiempos, sino que se ha replegado, incluso en sus propios predios, ya que las peñas principalmente se dedican a difundir música negra, como los festejos, y la gente está creyendo que eso es música criolla. Los CDs Cholo Soy están bastante buenos —en especial, para mi gusto, el número 2—, pero no tienen la fuerza como para generar la regeneración del género (valga la redundancia)

Saludos